Lunes 30 de Marzo, día 11 de Cuarentena
Uno de los aspectos positivos de la cuarentena en relación
al registro y la escritura como lo vengo haciendo, es que cuando te pasa algo
por primera vez en estos últimos diez días, algo que antes te pasaba muy seguido
o era parte de tu vida cotidiana, es la primera vez que te pasa “eso” en
cuarentena y eso es todo una novedad. Por ejemplo, algo que no me sucedió, es
comer un asado en cuarentena. El primer asado que cualquiera me coma durante
este periodo, va a ser recordado y dentro de no mucho, en otro asado, estaremos
escuchando frases como “¿te acordas Ricardo aquel primer asado que nos comimos
en la cuarentena?” y claro que Ricardo se va a acordar, porque seguro que esos
choris tuvieron otro gustito.
Pero no es un asado de lo que voy a hablar. Eso es un bien
de lujo en estos días y no me imagino cuando será la próxima vez que escuche el
sonido de un vacío chisporroteando su grasa sobre las brasas. Lo que voy a
relatar es algo mucho más sencillo, hasta incluso sea parte de la vida diaria
en cuarentena de muchos, pero a mí me pasó recién el día once.
Otra vez alguien de salió de la casa a trabajar, pero esta
vez no fui yo, sino Nico. Y lo que le pasó a él por primera vez el sábado a mi
me pasó hoy: me quedé solo en la casa.
El fenómeno de la cuarentena pone a prueba los vínculos
humanos de una manera que hasta antes no había sido demasiado explorada. Vivir
encerrado en una casa con otra persona, o varias, o ninguna, sin poder salir es
algo bastante extraño y a lo que en general no estamos muy acostumbrados. Estas
convivencias o vidas en solitario traen mucha cosa nueva en el plano personal y
vincular. Ninguna relación volverá a ser la misma entre dos personas que
pasaron juntas la cuarentena y nadie que la haya pasado solo volverá a sentir
la soledad como lo hacía antes de que comenzara este viaje.
Con Nico ya nos habíamos acostumbrado a estar todo el día
juntos, por más de que en muchos momentos del día cada uno hacía la suya y se
metía más o menos para adentro, la costumbre de habitar el encierro juntos ya
se había generado y la estábamos llevando muy bien. Las presencias
siempre estaban aunque de a ratos el silencio fuese el único sonido de la casa.
Pero los dos sabíamos, siempre, que el otro estaba ahí. Y eso, algo de
tranquilidad, creo que nos traía.
Nico salió unas cuatro horas por la tarde a asistir a su
madre que está bien entrada, por años, en grupo de riesgo y desde el momento en
que lo despedí, empecé a sentir algo raro. Me registré pero no logré
determinar, durante un buen rato, qué me hacía sentir así, qué era ese “algo
raro” que sentía. Todavía no lo puedo definir.
Por primera vez en la cuarentena hablé por teléfono con mi
hermana (hasta el momento todo había sido mensajes o videollamadas) para
resolver unos asuntos familiares y, también por primera vez, prendí y escuché
la radio. Traté de leer y de escribir, pero ninguna de las dos me fluyó.
Me voy a quedar con algo que escuché en el programa de
Sebastián Wainraich y Julieta Pink por Radio
Metro. Como todo hoy pasa por el virus y la cuarentena, los medios y
programas han tenido que adaptarse, tanto en lo operativo como en el contenido.
Cada uno hace el programa desde su casa y casi todas las columnas y segmentos
están relacionados, de un modo u otro, a la situación que se está viviendo. Una
de estas nuevas secciones se llama algo así como “Convivencias Increíbles de
Cuarentena”. Seguramente no usen la palabra “increíbles” pero es el sustantivo
que me quedó resonando de lo que querían transmitir. Me quedó grabada la
historia de un chico que vive solo en un mono ambiente en Capital y que, para
sentir que habitaba un lugar distinto se armó una
carpa en el único espacio que venía habitando hacía diez días. Ese fue su
consuelo, su divertimento, su escape. Necesitaba sentir que se iba de camping y
como ni Mahoma no podía salir, ni la Montaña entrar, el Profeta porteño y
cuarentenoso se tuvo que distraer y conformar con armar un refugio de lona bajo un
techo de hormigón. Más allá de lo gracioso de la imagen, me quedé pensando en
cuán distinta estaba siendo mi cuarentena respecto a la de muchos otros, cómo
la de cada uno es tan particular como el individuo que la vive. Ese pibe estaba
solo, solo solo, hace más de diez días y terminó por armarse una carpa adentro
de su mono ambiente. Si yo sentí esta rareza en un par de horas, lo que debe
haber transitado él, lo que deben estar transitando tantos otros.
Todo pasa, decía
el anillo que usaba Julio Grondona en el meñique de su mano izquierda hasta que
algo terrible también pasó y se lo sacó. Y así como algo pasó y se transformó
en una carpa adentro de un edificio de departamentos, esta rareza, a la que no
pude descifrar ni darle un poco más de nombre, también pasó y se transformó en
esto que estás leyendo. Y en este mandalaso que vas a ver.
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