viernes, 3 de abril de 2020

día 11 de Cuarentena


Lunes 30 de Marzo, día 11 de Cuarentena

Uno de los aspectos positivos de la cuarentena en relación al registro y la escritura como lo vengo haciendo, es que cuando te pasa algo por primera vez en estos últimos diez días, algo que antes te pasaba muy seguido o era parte de tu vida cotidiana, es la primera vez que te pasa “eso” en cuarentena y eso es todo una novedad. Por ejemplo, algo que no me sucedió, es comer un asado en cuarentena. El primer asado que cualquiera me coma durante este periodo, va a ser recordado y dentro de no mucho, en otro asado, estaremos escuchando frases como “¿te acordas Ricardo aquel primer asado que nos comimos en la cuarentena?” y claro que Ricardo se va a acordar, porque seguro que esos choris tuvieron otro gustito.


Pero no es un asado de lo que voy a hablar. Eso es un bien de lujo en estos días y no me imagino cuando será la próxima vez que escuche el sonido de un vacío chisporroteando su grasa sobre las brasas. Lo que voy a relatar es algo mucho más sencillo, hasta incluso sea parte de la vida diaria en cuarentena de muchos, pero a mí me pasó recién el día once.

Otra vez alguien de salió de la casa a trabajar, pero esta vez no fui yo, sino Nico. Y lo que le pasó a él por primera vez el sábado a mi me pasó hoy: me quedé solo en la casa.

El fenómeno de la cuarentena pone a prueba los vínculos humanos de una manera que hasta antes no había sido demasiado explorada. Vivir encerrado en una casa con otra persona, o varias, o ninguna, sin poder salir es algo bastante extraño y a lo que en general no estamos muy acostumbrados. Estas convivencias o vidas en solitario traen mucha cosa nueva en el plano personal y vincular. Ninguna relación volverá a ser la misma entre dos personas que pasaron juntas la cuarentena y nadie que la haya pasado solo volverá a sentir la soledad como lo hacía antes de que comenzara este viaje.

Con Nico ya nos habíamos acostumbrado a estar todo el día juntos, por más de que en muchos momentos del día cada uno hacía la suya y se metía más o menos para adentro, la costumbre de habitar el encierro juntos ya se había generado y la estábamos llevando muy bien. Las presencias siempre estaban aunque de a ratos el silencio fuese el único sonido de la casa. Pero los dos sabíamos, siempre, que el otro estaba ahí. Y eso, algo de tranquilidad, creo que nos traía.

Nico salió unas cuatro horas por la tarde a asistir a su madre que está bien entrada, por años, en grupo de riesgo y desde el momento en que lo despedí, empecé a sentir algo raro. Me registré pero no logré determinar, durante un buen rato, qué me hacía sentir así, qué era ese “algo raro” que sentía. Todavía no lo puedo definir.

Por primera vez en la cuarentena hablé por teléfono con mi hermana (hasta el momento todo había sido mensajes o videollamadas) para resolver unos asuntos familiares y, también por primera vez, prendí y escuché la radio. Traté de leer y de escribir, pero ninguna de las dos me fluyó.

Me voy a quedar con algo que escuché en el programa de Sebastián Wainraich y Julieta Pink por Radio Metro. Como todo hoy pasa por el virus y la cuarentena, los medios y programas han tenido que adaptarse, tanto en lo operativo como en el contenido. Cada uno hace el programa desde su casa y casi todas las columnas y segmentos están relacionados, de un modo u otro, a la situación que se está viviendo. Una de estas nuevas secciones se llama algo así como “Convivencias Increíbles de Cuarentena”. Seguramente no usen la palabra “increíbles” pero es el sustantivo que me quedó resonando de lo que querían transmitir. Me quedó grabada la historia de un chico que vive solo en un mono ambiente en Capital y que, para sentir que habitaba un lugar distinto se armó una carpa en el único espacio que venía habitando hacía diez días. Ese fue su consuelo, su divertimento, su escape. Necesitaba sentir que se iba de camping y como ni Mahoma no podía salir, ni la Montaña entrar, el Profeta porteño y cuarentenoso se tuvo que distraer y conformar con armar un refugio de lona bajo un techo de hormigón. Más allá de lo gracioso de la imagen, me quedé pensando en cuán distinta estaba siendo mi cuarentena respecto a la de muchos otros, cómo la de cada uno es tan particular como el individuo que la vive. Ese pibe estaba solo, solo solo, hace más de diez días y terminó por armarse una carpa adentro de su mono ambiente. Si yo sentí esta rareza en un par de horas, lo que debe haber transitado él, lo que deben estar transitando tantos otros.

Todo pasa, decía el anillo que usaba Julio Grondona en el meñique de su mano izquierda hasta que algo terrible también pasó y se lo sacó. Y así como algo pasó y se transformó en una carpa adentro de un edificio de departamentos, esta rareza, a la que no pude descifrar ni darle un poco más de nombre, también pasó y se transformó en esto que estás leyendo. Y en este mandalaso que vas a ver.



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