Jueves 26 de Marzo, día 7 Cuarentena
Día 7, se cumple una semana de Cuarentena y me pasó algo
nuevo, algo que no esperaba, algo que no me pasaba por la mente ni lo pensaba
pero que en algún momento iba a ocurrir. Que haya pasado recién este día es una
buena señal, ponele. Como ayer, es lo que es. La realidad es, después cada uno
la mira y como buenos humanos la juzgamos y decimos cosas sobre ella, si fue
linda, fea, buena o mala. ¿Qué pasó entonces? Los dos eventos más
significativos del día me pasaron frente a una pantalla, la misma sobre la que
ahora veo avanzar estas letras.
Evento 1: el psicólogo
Hace dos meses empecé a ir al psicólogo. Y desde hace dos
semanas que ya no voy, sino que nos encontramos a través de la pantalla. Al
principio la idea me generó rechazo. De hecho, ya había escuchado hace un
tiempo de gente que hace terapia “vía pantalla”. En general se trata de
personas que han comenzado un proceso terapéutico, sintieron que avanzaba pero
las circunstancias de la vida y ciertas decisiones los alejaron físicamente de
su terapeuta. Así, sin más, lo continuaban distancia y con una video llamada de
por medio.
Valoro mucho el encuentro personal y desde hace un tiempo
que me di cuenta que estaba un poco cansado de relacionarme a través de una
pantalla con la gente. Sentí que necesitaba aflojar un poco con eso y dedicarme
a los encuentros presenciales no remotos. Tampoco es que dejé el WhatsApp y
esos medios, pero la verdad que aflojé bastante. Y la idea de tener que seguir
terapia, algo que tanto valoro, a través del celular o la computadora hacia surgir
en mí emociones no tan agradables. Pero, como ya expresé, la realidad es lo que
es y después cada uno la mira y dice algo, para afuera o para adentro. Ante la
negativa interna, acepté lo que la vida me ponía enfrente y me senté a charlar
con el psicólogo, él en su casa y yo en la de mi hermana. Eso fue la primera
semana, cuando la cuarentena no era obligatoria pero Ignacio había decidido
empezar a guardarse y cambiar la modalidad del encuentro. Empecé hablando de lo
que me generaba esta situación y esto derivó en una sesión que me hizo muy bien
y me ayudó a sacar muchas cosas. Pude soltar esa sensación “negativa” respecto
a hacer terapia a distancia y encaré sin problemas la posibilidad y el hecho de
volver a encontrarnos así mientras dure el distanciamiento como norma social.
La segunda sesión, entonces, fue este día 7 de cuarentena y
resultó tan provechosa como la anterior. Conociendo el territorio, me preparé
unos mates y generé las condiciones ambientales para el encuentro. Ya no estaba
en lo de mi hermana, ni encerrado en un cuarto con mi celular para evitar el
sonido de conversaciones externas o alguna posible interrupción de mi sobrina
buscando algo o alguien con quien jugar. Nico aprovechó para hacer unos
mandados afuera y yo me senté silencioso frente a mi computadora a esperar que
fueran las cuatro.
Evento 2: la peli
Hace un tiempo empecé a meterme en el mundillo del animé
japonés, apenas, y por un tipo de películas en particular. Más que por un tipo
de películas, por las películas que hace un tipo. El señor se llama Hayao Miyazaki
y es considerado uno de los grandes directores y productores de películas
animadas del Japón y un cineasta de culto alrededor del mundo.
Lo que me gusta de sus películas es su capacidad de hacer
una crítica social a través de historias que se mueven entre el plano de lo
real de los humanos y un universo de fantasía. Explora aspectos de la
humanidad, sus bondades y oscuridades, con mucha sensibilidad y a la vez de un
modo muy directo. Va al hueso desde el primer minuto y durante cada minuto, sin
permitir que sus películas se vuelvan densas o demasiado intensas. Son
historias en las que siempre está pasando algo, tienen argumentos elaborados y
un guión que no te suelta. Es, además, avanzado en materia de género (para su
época) ya que la mayoría de sus protagonistas son jóvenes o niñas heroínas, que
protestan, que encaran y accionan frente a los desafíos e injusticias presentes
en sus vidas y el mundo.
La que vimos esta noche fue Pompoko (1994), pero que bien podría ser cabecera de
muchas luchas, discursos y reflexiones de hoy en día.
Pompoko cuenta la
historia de una población de mapaches en un bosque cercano a Tokyo que un mal
día ven su vida alterada y su hábitat destruido por el avance del humano en un
plan de desarrollo inmobiliario masivo que acompaña y promueve el crecimiento
económico de la ciudad y el país. Es la historia casi cualquier animal en casi
cualquier lugar del mundo, contada en primera persona por un grupo de mapaches
que se juntan en asambleas, se organizan y llevan a cabo acciones concretas
para frenar a los humanos y evitar desaparecer. Su principal herramienta y
estrategia es su habilidad para transformarse en humanos y en cualquier otro
objeto que deseen por un tiempo determinado. Como cualquier habilidad, no todos
la poseen y dominan en el mismo grado.
La película cuenta todo el proceso de lucha y resistencia
frente al avance humano. Se ven las alegrías, los roces, los triunfos, las
derrotas, las discrepancias y la aparición de facciones ideológicas. Una
historia muy real, tan cruda y sensible, tan dura como entretenida y alegre.
Siento que al otorgarle a los mapaches ciertas características humanas, y la
posibilidad de convertirse físicamente en ellos, logra poner al espectador en un
lugar empático y reflexivo acerca de las consecuencias de nuestros actos como
“especie dominante” en el planeta.
¡Alerta Spoiler! Los mapaches terminan perdiendo,
disgregándose, un poco aceptando y un poco resignándose, dejando de luchar
frente a un adversario que devora a propios y ajenos como una máquina
insaciable.
De algún modo se generó un acuerdo tácito entre los que
quedaban. Aquellos a quienes les resultaba posible transformarse en humanos,
así lo hicieron (entregándose a una vida de homo
capitalis, con trabajos y responsabilidades que hasta entonces les habían
sido ajenas) para dejarle el bosque y sus pocos recursos a quienes no podían
transformarse en humanos: unos sacrificaron su vida animal por una vida humana
para que la mayoría pudiera vivir. Los que quedaron en el bosque también se la
vieron peluda y muchas veces se tuvieron que arriesgar al mundo humano para
conseguir algo más de comida. Esta división, sin embargo, no generó
negatividades entre unos y otros y la posibilidad de reconocerse y encontrarse
les ayudó a sentir que todavía estaban, que seguían siendo ellos, mapaches,
unidos y con un corazón alegre.
Para cerrar, me quedo con la imagen de un mapache
transformado en humano viajando de vuelta del trabajo, con saco y corbata,
apretado en el tren junto a otros cientos de humanos tristes y grises que se
pregunta “¿Cómo pueden vivir así?”
Gracias Luchito por tus relatos y Fede por tu arte.
ResponderBorrarA mucha distancia, me siento dentro de Casa Pez. Les paso un mate, los abrazo, como en los viejos tiempos. Luque
Gracias Saraza! Te recibo ese mate y te mando otro, uno por uno, como cuando tomar mate con otros no estaba “prohibido”
ResponderBorrarUn abrazo!