lunes, 30 de marzo de 2020

día 7 Cuarentena


Jueves 26 de Marzo, día 7 Cuarentena

Día 7, se cumple una semana de Cuarentena y me pasó algo nuevo, algo que no esperaba, algo que no me pasaba por la mente ni lo pensaba pero que en algún momento iba a ocurrir. Que haya pasado recién este día es una buena señal, ponele. Como ayer, es lo que es. La realidad es, después cada uno la mira y como buenos humanos la juzgamos y decimos cosas sobre ella, si fue linda, fea, buena o mala. ¿Qué pasó entonces? Los dos eventos más significativos del día me pasaron frente a una pantalla, la misma sobre la que ahora veo avanzar estas letras.


Evento 1: el psicólogo

Hace dos meses empecé a ir al psicólogo. Y desde hace dos semanas que ya no voy, sino que nos encontramos a través de la pantalla. Al principio la idea me generó rechazo. De hecho, ya había escuchado hace un tiempo de gente que hace terapia “vía pantalla”. En general se trata de personas que han comenzado un proceso terapéutico, sintieron que avanzaba pero las circunstancias de la vida y ciertas decisiones los alejaron físicamente de su terapeuta. Así, sin más, lo continuaban distancia y con una video llamada de por medio.

Valoro mucho el encuentro personal y desde hace un tiempo que me di cuenta que estaba un poco cansado de relacionarme a través de una pantalla con la gente. Sentí que necesitaba aflojar un poco con eso y dedicarme a los encuentros presenciales no remotos. Tampoco es que dejé el WhatsApp y esos medios, pero la verdad que aflojé bastante. Y la idea de tener que seguir terapia, algo que tanto valoro, a través del celular o la computadora hacia surgir en mí emociones no tan agradables. Pero, como ya expresé, la realidad es lo que es y después cada uno la mira y dice algo, para afuera o para adentro. Ante la negativa interna, acepté lo que la vida me ponía enfrente y me senté a charlar con el psicólogo, él en su casa y yo en la de mi hermana. Eso fue la primera semana, cuando la cuarentena no era obligatoria pero Ignacio había decidido empezar a guardarse y cambiar la modalidad del encuentro. Empecé hablando de lo que me generaba esta situación y esto derivó en una sesión que me hizo muy bien y me ayudó a sacar muchas cosas. Pude soltar esa sensación “negativa” respecto a hacer terapia a distancia y encaré sin problemas la posibilidad y el hecho de volver a encontrarnos así mientras dure el distanciamiento como norma social.

La segunda sesión, entonces, fue este día 7 de cuarentena y resultó tan provechosa como la anterior. Conociendo el territorio, me preparé unos mates y generé las condiciones ambientales para el encuentro. Ya no estaba en lo de mi hermana, ni encerrado en un cuarto con mi celular para evitar el sonido de conversaciones externas o alguna posible interrupción de mi sobrina buscando algo o alguien con quien jugar. Nico aprovechó para hacer unos mandados afuera y yo me senté silencioso frente a mi computadora a esperar que fueran las cuatro.

Evento 2: la peli

Hace un tiempo empecé a meterme en el mundillo del animé japonés, apenas, y por un tipo de películas en particular. Más que por un tipo de películas, por las películas que hace un tipo. El señor se llama Hayao Miyazaki y es considerado uno de los grandes directores y productores de películas animadas del Japón y un cineasta de culto alrededor del mundo.

Lo que me gusta de sus películas es su capacidad de hacer una crítica social a través de historias que se mueven entre el plano de lo real de los humanos y un universo de fantasía. Explora aspectos de la humanidad, sus bondades y oscuridades, con mucha sensibilidad y a la vez de un modo muy directo. Va al hueso desde el primer minuto y durante cada minuto, sin permitir que sus películas se vuelvan densas o demasiado intensas. Son historias en las que siempre está pasando algo, tienen argumentos elaborados y un guión que no te suelta. Es, además, avanzado en materia de género (para su época) ya que la mayoría de sus protagonistas son jóvenes o niñas heroínas, que protestan, que encaran y accionan frente a los desafíos e injusticias presentes en sus vidas y el mundo.

La que vimos esta noche fue Pompoko (1994), pero que bien podría ser cabecera de muchas luchas, discursos y reflexiones de hoy en día.

Pompoko cuenta la historia de una población de mapaches en un bosque cercano a Tokyo que un mal día ven su vida alterada y su hábitat destruido por el avance del humano en un plan de desarrollo inmobiliario masivo que acompaña y promueve el crecimiento económico de la ciudad y el país. Es la historia casi cualquier animal en casi cualquier lugar del mundo, contada en primera persona por un grupo de mapaches que se juntan en asambleas, se organizan y llevan a cabo acciones concretas para frenar a los humanos y evitar desaparecer. Su principal herramienta y estrategia es su habilidad para transformarse en humanos y en cualquier otro objeto que deseen por un tiempo determinado. Como cualquier habilidad, no todos la poseen y dominan en el mismo grado.

La película cuenta todo el proceso de lucha y resistencia frente al avance humano. Se ven las alegrías, los roces, los triunfos, las derrotas, las discrepancias y la aparición de facciones ideológicas. Una historia muy real, tan cruda y sensible, tan dura como entretenida y alegre. Siento que al otorgarle a los mapaches ciertas características humanas, y la posibilidad de convertirse físicamente en ellos, logra poner al espectador en un lugar empático y reflexivo acerca de las consecuencias de nuestros actos como “especie dominante” en el planeta.

¡Alerta Spoiler! Los mapaches terminan perdiendo, disgregándose, un poco aceptando y un poco resignándose, dejando de luchar frente a un adversario que devora a propios y ajenos como una máquina insaciable.

De algún modo se generó un acuerdo tácito entre los que quedaban. Aquellos a quienes les resultaba posible transformarse en humanos, así lo hicieron (entregándose a una vida de homo capitalis, con trabajos y responsabilidades que hasta entonces les habían sido ajenas) para dejarle el bosque y sus pocos recursos a quienes no podían transformarse en humanos: unos sacrificaron su vida animal por una vida humana para que la mayoría pudiera vivir. Los que quedaron en el bosque también se la vieron peluda y muchas veces se tuvieron que arriesgar al mundo humano para conseguir algo más de comida. Esta división, sin embargo, no generó negatividades entre unos y otros y la posibilidad de reconocerse y encontrarse les ayudó a sentir que todavía estaban, que seguían siendo ellos, mapaches, unidos y con un corazón alegre.

Para cerrar, me quedo con la imagen de un mapache transformado en humano viajando de vuelta del trabajo, con saco y corbata, apretado en el tren junto a otros cientos de humanos tristes y grises que se pregunta “¿Cómo pueden vivir así?”

2 comentarios:

  1. Gracias Luchito por tus relatos y Fede por tu arte.
    A mucha distancia, me siento dentro de Casa Pez. Les paso un mate, los abrazo, como en los viejos tiempos. Luque

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  2. Gracias Saraza! Te recibo ese mate y te mando otro, uno por uno, como cuando tomar mate con otros no estaba “prohibido”
    Un abrazo!

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